«Nothing I accept about myself can be used against me to diminish me» – Audre Lorde
Vivimos en tiempos de extremo presentismo. Hoy, las cosas pierden valor casi instantáneamente; tras ser aprehendidas y consumidas se ven reemplazadas de manera rápida por lo que viene. La última moda en ropa, el último hit musical, la exposición que cierra pronto. Y así, anda que anda que anda: un carrusel neoliberal de consumo que entumece, marea y del que cuesta bajarse. Es brillante y cool, no deja marca aparente, pero no nos toca ni nos cruza. Parece ser inmaterial, porque no queremos ver sus consecuencias; porque el presentismo está hecho de plástico, polyester y petróleo y es mantenido por mano de obra maltratada y precarizada, por la devastación de bosques, ríos y montañas, y se deposita en enormes islas de basura en el mar, el desierto, y las periferias urbanas.
Me costó escribir estas líneas. También vivo en el presentismo, caigo en modas, me enfoco en lo que está pasando, descarto lo que ya pasó. El arte también suele ser presentista; “lo que pasó, pasó”, dice una antigua canción, y perdemos rápidamente el interés en el pasado para saltar en búsqueda de lo siguiente. Pero el arte – en sus buenos momentos- es sobre todo un espacio para puntos de fuga, ecos subterráneos, grietas por las cuales escapar del carrusel – para salir del ciclo consumir-descartar, para entrar en un mundo de resonancias, de responsabilidad, y de relacionalidad. Y es que la performance “Cuerpos en resistencia”, realizada hace unas semanas en un Londres lluvioso, me dejó ecos semanas y semanas después, reflexiones que vale la pena desarrollar, para abrir a diálogos con otres, dejar circular, y para hacer archivo, también.
Por ejemplo, he pensado que fue poéticamente apropiado que el día de la performance lloviera. Fue un día húmedo, en el que las aguas se hicieron presentes para celebrar un cuerpo de obra líquida como la de Calfuqueo. También fue políticamente apropiado que fuera un día de paros: las universidades, por un lado, y la huelga más importante del transporte público en décadas, por el otro. No puede ser coincidencia que ocurriera en un día de disrupciones e interrupciones, que hacen dolorosamente evidente las desigualdades y tensiones de la época en que vivimos. Porque las obras tienen contextos e historias que van más allá del instante mismo, y que la alimentan, desafían y transforman. Como que fuera un día de lluvias, como que fuera un día de huelga.
He pensado, además, en la emoción. La primera performance en tanto tiempo, tanto para quienes participábamos como para la institución de Gasworks. Y era extraño estar ahí, apiñadas en una pequeña sala, compartiendo aire, cuerpo, suelo. El ambiente más cargado de expectación que de miedo, después de tanto encierro y digitalidad. Las performances muchas veces son puro cuerpo, gesto insubordinado, una fuerza centrípeta abierta a que irrumpa lo inesperado, a que se liberen energías y resonancias insospechadas.
He hablado mucho de cuerpo. Cuerpos apiñados, húmedos, precarizados. Cuerpo de obra, y obra hecha cuerpo. Entra Calfuqueo, de falda y tacones azules. El cuerpo aquí es tema y material. Camina con seguridad, pese a estar expuesto a miradas, a interrogantes, a dudas. Se cuerpo se pasea en tacones – tac, tac, tac. Grácil, con gracia, una larga cola de pelo marcando cada paso, meciéndose de lado a lado como un metrónomo. Hay una tela larga blanca, hay pelo sintético, hay vasijas de cerámica con salvia, romero, cedrón. Les prende fuego, los ofrece con una mirada imperturbable, inefable, indecible. Está expueste, pero tú también; miras, pero eres mirada. Unos ojos tras un pasamontaña, enmarcados por el Guñelve, coronado de azul. Cercane y distante a la vez.
“En 1606 el sacerdote español y jesuita Luis de Valdivia publicó el diccionario “Arte y gramática general de la lengua que corre en todo el reyno de Chile: Con vocabulario y confesionario”. En él, se nombra por primera vez la palabra “weye”, para traducir las experiencias del machi, curandero de la comunidad mapuche como “puto, sodomita, nefando, invocador del demonio, maricón”. También define la palabra weyetún como el acto de cometer sodomía.
WEYE, WEYE, WEYE, WEYE, WEYE, WEYE, WEYE”
Los tacones de nuevo, el pelo que se mece; los manojos de pelo sintético van siendo moldeados, mientras escuchamos la voz de Sebastián – en inglés y castellano – narrando la violencia de la traducción colonial, de las divisiones binarias y forzadas, de significados trastocados y heridos. Se sienta, mira al público, toma el pelo, lo acaricia. La mirada es cómplice, cargada de significados, al igual que la palabra a la que va dando forma.
La obra toma ritmo: de nuevo la ofrenda, la caminata, sentarse, escribir, mirar. Una mirada tranquila, aunque su voz desgrana la historia del despojo, la colonización, la asimilación forzada, el insulto.
“En 1765 el sacerdote español y jesuita Andrés Febres publicó el diccionario “Arte de la lengua general del Reyno de Chile” dónde traduce “Alka domo” como “hombre mujer”. En la lengua mapuche “Alka” significa “gallo”, también es la forma de denominar macho. “Domo” por su parte significa “mujer”. A diferencia del castellano, el mapudungun, lengua mapuche no hace diferenciaciones de género, salvo en el caso del gallo. También esta palabra fue traducida como “hermafrodita” y “marimacho”
ALKA DOMO, ALKA DOMO, ALKA DOMO, ALKA DOMO, ALKA DOMO, ALKA DOMO, ALKA DOMO. “
¿Y el pelo? Para nadie será nuevo que la cabellera es siempre compleja. El cabello es indicador de género, de estatus social, de salud, de edad. Puede indicar la participación de un grupo u otro – los punk, los hippie, los cabezas rapadas, los empresarios, todos con sus cortes indicativos. Un corte, un tinte, dice mucho. El pelo puede ser seductor pero también repulsivo. El largo del pelo puede ser humillante o liberador; históricamente ha sido signado como objeto de deseo (rubio, lacio) o de abyección (los estilos afro, el pelo grueso, oscuro). Pienso en los colores, el rebelde del tinte fucsia, celeste, o de las canas intocadas. El pelo nos define y diferencia. En la cultura mapuche fue virilidad y potencia, y se exigió su corte; hoy, el pelo largo es preeminentemente femenino.
Escribir con pelo. Hacerlo indómito a través de nuevos lenguajes y estéticas. Reescribir la historia, dignificar – en lo posible – violencias. “Non binary”, se lee, mientras la voz de Sebastián sigue narrando en el fondo la violencia contra esas personas que impuso la conquista española y sus ecos demasiado reales en el Chile de hoy.
Tac, tac, tac. Calfuqueo se planta en el centro, al frente. Sólo al final, la mirada se trastoca. Aparece algo difícil de describir. Rabia, de tener que seguir luchando, exponiéndose. Orgullo de hacerlo. Deja su cuerpo ahí, presente, desafiante. Y se va.
“En 1903 el misionero judeo alemán y capuchino Felix de Augusta publica el libro “Gramática Araucana” dónde propone el término “Kangechi” traducido como “otro”. Aquella denominación es utilizada hasta el día de hoy como algo despectivo, de dudosa procedencia, pero desde las colectividades disidentes hemos utilizado el concepto “kangechi moñgen” como “otras formas de vida” para llamar a nuestros cuerpos otros.
KANGECHI, KANGECHI, KANGECHI, KANGECHI, KANGECHI, KANGECHI, KANGECHI.”
*Las citas corresponden a extractos del texto escrito por Sebastián Calfuqueo, y que escuchamos como parte de su performance ese día.