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«Historias de un encierro» en CV Galería

Hasta ahora me había abstenido de visitar exposiciones online. No tenía palabras exactas o ideas demasiado desarrolladas para explicarlo; simplemente era demasiado consciente de otras cosas – gente en las calles, gente con hambre, la crisis del desempleo. Se olía el miedo en el ambiente, especialmente considerando la negligencia de nuestro gobierno y la lentitud de reacción de la mayoría de las instituciones culturales. Tuve momentos de angustia e impotencia, de sentir profundamente que no había nada útil que pudiera hacer. En ese contexto, escribir sobre exposiciones en espacios vacíos y silenciosos no era a lo que quería dedicar mi poco tiempo libre.

De a poco me he ido dando cuenta que – como siempre- las cosas no son tan blanco y negro. Aunque no pude salir a ayudar directamente, sí pude escribir una columna invitando(nos) a repensar nuestras prácticas en el contexto de la pandemia. Columna que, a su vez, fue el inicio de una hermosa colaboración con Paula Valenzuela: el Proyecto Sin Nombre, una serie de entrevistas que busca iluminar el trabajo de artistas mujeres trabajando en o desde Chile. Luego, pude plantear la idea de la responsabilidad de la esperanza: de la importancia de no bajar los brazos ni apagar el cerebro. De la vitalidad que nos exige este momento, más que nunca antes, para atrevernos a pensar, visualizar, articular y realizar futuros nuevos.

En eso estaba cuando recibí una invitación a visitar “Historias de un encierro” de Galería CV en colaboración con el Capítulo Chileno de National Museum of Women in the Arts (del cual soy parte). ¿Qué me hizo cambiar de opinión? En primer lugar, que están trabajando con artistas vivas y artistas mujeres. En segundo lugar, la calidad de las fotografías propuestas. Y en tercer lugar, la amabilidad de la exposición. El sitio es fácil e intuitivo, en contraste con tantas exposiciones digitales toscas, incluso de cierta forma ásperas. En las que se transita a tropezones, siendo casi siempre engorroso “acercarse” a una obra y leer los textos que la acompañan. De cierta forma repiten errores de su realidad análoga: lo oscuro, lo silencioso, lo mortuorio. Esta exposición, en cambio, está viva. Se entiende y se disfruta: es un espacio diseñado para personas, no para expertos que tengan que desentrañar sus laberintos y códigos. Gran parte de este éxito se debe a que “Historias de un encierro” abraza con entusiasmo su condición de exposición virtual, desterrando totalmente los muros del cubo blanco, y creando una presentación intuitiva y familiar incluso para quienes no son nativos digitales.

El “recorrido” comienza con un texto que describe en palabras sencillas el rol que ha jugado la fotografía durante eventos que identificamos como importantes en nuestra historia, tanto personal como social. También contrasta su mecánica interna y exacta con la variedad de resultados que puede conjurar en distintas manos. Otro texto explica a continuación que las artistas fueron invitadas a reflexionar en torno a la experiencia de la pandemia y sus cuarentenas, desde lo individual y lo colectivo. Ideas como reclusión, ventanas, portales, soledad, lo digital, la muerte, y la germinación se hacen presentes. A continuación desfilan, una a una, las fotografías de la muestra, plasmadas en alta resolución y acompañadas de textos explicativos (o evocativos) escritos por cada autora. Dada la cantidad de fotografías me pareció imposible escribir sobre todas, y he preferido referirme a las que más me impresionaron, dividiéndolas en temáticas. Como todo juicio, este es profundamente personal, y bien puede ser que otras personas tengan preferencias distintas. Bienvenida la diferencia y la pluralidad.

Una primera temática podría agruparse bajo el rótulo de autorretrato. Uno de los primeros en aparecer es el de Bernardita Bennett, quien tiene una reconocida carrera como fotógrafa asociada a lo que podríamos denominar como arqueología urbana, pues desentierra visualmente construcciones, espacios, o incluso fauna que han quedado expectantes, marginadas, en medio de urbes en constante movimiento. “Sin título”, en cambio, es una obra más personal, que funciona con una serie de planos: selváticas plantas de interior, seguidas por una leve cortina tras la cual se adivina la figura de Bennett. Detrás de ella, una ventana enrejada pero abierta deja ver el mundo exterior. Un afuera que se desdobla, tanto seductor como amenazador. Bennett logra capturar esa pulsión y anhelo por salir que se conjugan confusamente con el miedo a contagiar y ser contagiado. También sugiere esa negación del “yo” propia de las cuarentenas, en las que el individuo se interrumpe para beneficio de la comunidad. Una verdadera hibernación junto a sus plantas, esperando para volver a los brazos y risas de personas queridas.

Un segundo autorretrato corresponde a “La muerte tiene olor a tierra” de Juana Gómez. Artista textil, aunque no ajena a la fotografía, pues sus bordados suelen cubrir amplias telas sobre las que ha impreso su cuerpo desnudo. Esta foto indaga en temáticas familiares: la muerte, los ciclos, el cuerpo, la unión con la naturaleza y la vulnerabilidad (me parecieron especialmente enternecedoras las plantas de sus pies expuestas, una zona que suele estar oculta a vista y tacto, y que es especialmente delicada). Según comentaba en un conversatorio, la foto evoca las ofrendas textiles con las que distintos pueblos originarios solían cubrir los cuerpos que enterraban. Cuerpos que luego nutrirían la tierra y se sumaban a un ciclo de germinación y nutrición. Así, su cuerpo se convierte en ofrenda y semilla, parte de la descomposición natural que ocurre en el suelo de todo bosque, en que olemos con satisfacción y estremecimiento ese olor a humedad, tierra y hojas – a muerte- que los caracteriza. Especialmente relevante aquí es el calce con el solsticio de invierno, en el cual se celebra la noche más larga del año mientras se aguarda el renacer de la primavera. Aunque las ideas de desolación, vacío y muerte son patentes, conectan de forma subterránea con la esperanza de una tierra fructífera y resiliente. Así lo demuestra la planta en primer plano, perfectamente enfocada, que reclama protagonismo. Es una llamada a enfrentar la finitud. Me pareció conmovedor que conectara esta fotografía con la enseñanza a su hija sobre compostaje, enfrentando juntas la muerte – oscura y terrible- pero insertándola en un marco más amplio de ciclos, crecimiento, y renovación.

En contraste, “Mi voz entumecía” de Teresa Aninat nos recuerda nuestras limitaciones y nuestra profunda soledad. De pie ante una humanidad silenciosa, Aninat se aferra a un megáfono de fierro que la conecta con otros momentos de comunicación, de potencia, y de paisajes naturales y monumentales. Hoy la rodean (la atrapan) las mascarillas que empañan la voz y nariz, los muros de su casa, los edificios que la rodean, el horizonte cercenado de la ciudad. La única manera de percibir que los demás siguen ahí es una luz en la casa vecina que se prende, cálida, al anochecer – haciendo patente que hay ahí una mano humana que presiona, noche a noche, el interruptor. Aunque el megáfono ha sido una herramienta de comunicación en el pasado, hoy sólo nos queda su potencia(l), que antes le permitió derramar palabras en el desierto, y hoy se llena del vacío y enmudece.

Otras fotografías se enfocan en la niñez, no sólo haciendo eco a la idea de una inocencia perdida, sino que también significándonos a nosotros, los adultos, como niños pequeños, confundidos en este torbellino que no vimos venir, despojados de certezas y respuestas. Siempre he admirado la obra fotográfica de Andrea Brunson: sus espacios, sus letargos, sus instantáneas que parecen capturar un momento eterno, atrapando el silencio, siempre con un leve toque surrealista. “Sin título” ciertamente reúne esas cualidades: una cierta delicadeza de los planos, en el trato del blanco y negro, y en los pies de un niño que, o levita, o está a punto de saltar – literalmente en el límite entre lo fantástico y lo lúdico. Las superficies suaves, el papel mural, la madera brillante y el pijama de género nos transportan a otro mundo: un mundo entre cuatro paredes, familiar y doméstico, de fantasías y sueños, de monstruos, de encierro, de luces y sombras. Ciertamente, nos transporta a esa cualidad onírica de las mañanas de cuarentena, esos momentos difusos y nebulosos en que nos damos cuenta que sí, seguimos aquí.

En “Muñecas”, de Francisca Sumar, el mundo infantil nuevamente es identificado como un espacio incierto, pero a medio camino entre la ternura y el terror. La mirada directa de la niña retratada y su expresión ambigua, junto a las cabelleras salvajes y ojos saltones de sus muñecas, referencia el género del terror en el cine (consiente o inconscientemente). El blanco y negro, el rostro con leves suciedades en las que se lee una especie de abandono, sugieren un cierto descontrol, una cualidad indómita. Es una de las pocas fotografías en las que sentí la necesidad, casi la obsesión, de acercarme y alejarme, intentando captarla, atraparla.

Muy al contrario, en “Tiempo desbordado” de Valentina Osnovikoff, se nos aparece una niñez dulce, frágil pero en paz. El pelo del niño crea un halo sobre su cabeza, y los tonos apagados, el enfoque y el trabajo de la piel sugieren algo límpido, sano y sanador. Transmiten ese ritmo doméstico que hemos tenido que enfrentar, y esa sabiduría de los niños que se entregan, confiados, al sueño – sin desvelas o ansiedades respecto del futuro. En ese sentido, todo hemos sido un poco niños estos meses: confundidos, aferrados a lo conocido y controlable al tiempo que comprendemos, de golpe, que la vida nunca estuvo, realmente, bajo control; que nuestra dominación del entorno siempre era una ficción.

También hay propuestas novedosas, que destacan en el carrete de fotografías por su enfoque original. Una es “Cien días de confinamiento” de Alexandra Edwards, una imagen enmarcada de su hija mirando directamente a la cámara, acompañada a mano izquierda y derecha de dos marcos que incluyen la extensión de su cuerpo (sus antebrazos y manos), que sostienen una piedra y un huevo, respectivamente. El texto no entrega demasiadas pistas sobre esa simbología; aunque sus referencias a volver a levantarse, volver a crear, volver a vivir, me hacen pensar en el huevo y la piedra como materiales básicos para la construcción; para el pan; para la vida. La conexión con su hija que mira de frente pero tranquila nos recuerda esos tesoros que se esconden en los largos días de trabajo y encierro; enmarcar eso, en ese sentido, sólo me parece obvio.

Otra propuesta que difiere del resto es “Sin título”, de Francisca Valdés. En ella vemos una gran sala (¿una iglesia? ¿una oficina? ¿un centro comunitario?) repleta de sillas de plástico que “miran” a la fotógrafa como si estuviera en una tarima. A espaldas de estos objetos brillosos cuatro ventanales se abren al exterior, dejando entrar la luz del sol y el verde de los árboles. Es un espacio tenso, que irradia ansiedad. Donde antes la imagen habría evocado expectativa -ese instante de inmovilidad antes de que las cosas se pongan en marcha- hoy sólo se respira un aire amenazante, ominoso, que nos hace pensar en distancia social, partículas virales, desinfectante. Que nos hace desear no tener que estar en el futuro cercano ahí con otras personas. Que nos hace esperar que el espacio se mantenga así, vacante, eternamente esperando.

Por último, hubo dos obras que para mí se relacionaron directamente con esa sensación inquietante de confusión, extrañeza y sorpresa que han marcado estos días de pandemia y encierro. Obras que expresan el surrealismo que se siente, a ratos placentero, a ratos irritante. “Sin título” de Bárbara Oettinger captura perfectamente el caos surrealista de estos días. Un patio en desorden; un auto estacionado hace semanas; un perro se planta sobre él – lo ha hecho propio. La fotografía vuelve la mirada sobre la idea de hogar, quizás recordándonos la necesidad de re-pensar formas de habitar y habitar-nos. Por último, Sofía Nercasseau con “Reproducción vegetal” nos lleva a un mundo de luces y sombras en que el cuerpo se convierte en vegetal, se divide, se expande, se riega, se enraíza. Los blancos quemados de algunas hojas hieren mis ojos a través de la pantalla y se sienten alienígenas, extremos, estremecedores.

Son muchas las artistas. Sin embargo, esto es compensado no sólo con la calidad de las propuestas sino que (insisto) con la calidad de la producción, que permite fácilmente pasar de una a otra, retroceder, atar cabos, hacer conexiones. El texto curatorial me pareció un tanto superficial considerando la riqueza del material expuesto. Sospecho que se privilegió un nombre con “peso” (Fernando Pérez, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes) por sobre un texto que sirviera de verdadero portal a las imágenes que le siguieran. Demás está decir que me hubiera gustado que se le encargara a una mujer (considerando que el curador es, también, hombre). De todas formas, destaco el lenguaje sencillo y libre de ambigüedades, que narra brevemente lo que ha significado la cuarentena y el encierro para tantas personas, y destaca nuevamente el rol de la fotografía como testigo y poeta de sucesos históricos, que incluye tanto perspectivas íntimas como públicas. Cómo último comentario, me habría parecido no sólo de todo derecho considerando la variedad de artistas en nuestro territorio sino que además éticamente correcto incluir artistas no blancas, que se identificaran como miembros de pueblos originarios, o de comunidades afrodescendientes o migrantes.

Recomendado: Totalmente. En ejemplo de una exposición bien “montada”, esta vez en el ámbito digital. De lo mejor que he visto, compitiendo con grandes museos internacionales en cuanto a su accesibilidad, facilidad, y calidad. Las fotos, en su variedad, entregan distintas miradas sobre la pandemia, distintos ritmos, procesos, fórmulas y reflexiones que sin duda enriquecen la mirada del visitante digital. Es un acierto también acompañar cada imagen de un texto personal, la mayoría de los cuales logra crear un espacio íntimo y seguro, que aunque sea por unos minutos me saca de mi departamento y me transporta a otros espacios, otros paisajes, otros horizontes.

Dónde: http://www.capitulochilenonmwa.cl/historiasdeencierro/

Cuándo: no hay información.

Cuánto: Entrada liberada.

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