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Samy Benmayor: “La memoria, la historia, el olvido” en el Museo de Artes Visuales

«History, as nearly no one seems to know, is not merely something to be read. And it does not refer merely, or even principally, to the past. On the contrary, the great force of history comes from the fact that we carry it within us, are unconsciously controlled by it in many ways, and history is literally present in all that we do.»

—James Baldwin, “The White Man’s Guilt”

Memoria, historia, olvido. Palabras que se repiten como mantras a lo largo de la exposición de Samy Benmayor en el Museo de Artes Visuales. Aparecen una y otra vez en títulos y obras; son también el título de la exposición, así como el del nombre del libro en el cual se inspira, del filósofo francés Paul Ricoeur. Uno de los pensadores más importantes de nuestra época, Ricoeur teorizó, entre otras cosas, sobre la realidad, el tiempo, la identidad, y las posibilidades de la experiencia humana. Sus libros no son fáciles de digerir, y se sumergen en distintos temas explorando nuevas formas de fenomenología y hermenéutica – temas evidentemente complejos. El libro de Ricoeur es la inspiración primaria para las obras de la muestra, y cuando Benmayor se para sobre los hombros de ese gigante, a primera vista pareciera que no alcanza su profundidad – tal como sucede con su título, la exposición a ratos se aparece como un préstamo, faltando ideas o perspectivas nuevas.

Benmayor aparece en la escena artística chilena durante los años 80, en plena dictadura, con una obra que priorizaba el goce y la libertad. Esto, en evidente contraste con la corriente de esa época, caracterizada por la escena de avanzada y el grupo CADA, quienes proponían un arte eminentemente político y conceptual que desafiara a Pinochet. Ello, junto a su actitud hacia quienes denominó “vacas sagradas”, le valió más de una rosca en el mundo artístico – el mismo Benmayor vaticinó que su obra sería “enterrada” por años. Pero él no buscaba, en el fondo, molestar – o por lo menos, no sólo molestar. Junto a artistas como Bororo, Matías Pinto, y Pablo Domínguez, buscaba también recuperar la pintura, su lenguaje, y oficio. Ha destacado por un lenguaje pictórico lúdico e intuitivo, con colores vivos acompañados de gruesas pinceladas negras que les dan a sus personajes un aire de caricatura. Su estilo podría saca comentarios del tipo “mi hijo pudo haber hecho eso” (algo que no es negativo: ver libro “Why your 5 year old could not have done that”) y en una entrevista con The Clinic se refería a su “urgencia de rallar papeles con colores”.

Declaración de amor (1999) en Metro Baquedano, de Samy Benmayor

En MAVI ciertamente aparece una nueva faceta del artista, en la cual lo espontáneo e irreverente se nutre de las profundas reflexiones de Ricoeur. Benmayor se interesa por nociones de memoria e historia, específicamente sobre cómo nuestras estructuras y contextos influyen en qué y cómo recordamos. Al copiar una y otra vez los pensamientos del filósofo, el artista devela cómo el mirar y escribir son acciones enraizadas en la imaginación y la reflexión, generando experiencias tanto individuales como colectivas en el público visitante. La admiración de Benmayor por el texto es incluso conmovedora, y sin duda nos hace reflexionar sobre los limites porosos de la memoria. Sus pinturas, fotografías, figuras en madera y óleos, expuestas a lo largo del Museo, articulan, una a una, una pluralidad de voces que despliegan una narrativa sobre la maleabilidad de la memoria.

Perdón y olvido (2018-2019)

El corazón de la exposición es sin duda la serie “Perdón y olvido” (2018-2019) compuesta por 108 volúmenes de madera de distintas formas y tamaños. Se levantan en medio de la sala, algunos pintados con bloques de colores, otros cubiertos de textos copiados del libro de Ricoeur, o tatuados con formas y dibujos. Los volúmenes se ven rodeados por 4 grandes óleos y 6 cuadros en base a tinta china y acrílico. Es un espacio recargado de símbolos y referencias: en primer lugar, al libro de Ricoeur, citas del cual fueron copiadas a mano en los bloques, o usadas como títulos de cuadros . A su vez, los cubos evocan monumentos conmemorativos, como el famoso Memorial a los Judíos Asesinados de Europa, en Berlín. Las figuras tridimensionales, sus formas y disposición sugieren también una ciudad, similar a las ciudades de nuestro Chile post 18-O: edificios cubiertos de colores, símbolos reapropiados, palabras y consignas plasmadas una y otra vez. Una figura evoca la singular geometría del edificio de la Telefónica, y vemos varias veces una estrella de ocho puntas que recuerda el Guñelve mapuche, el que se ha convertido en un fuerte símbolo de un eventual estado plurinacional.

¿Hasta qué punto son estas representaciones coincidencia? ¿Hacen referencia a los hechos desencadenados desde octubre, que han transcurrido a la sombra de la emblemática torre y que se han manifestado con rayados y pintura en las calles? La fecha de la obra es ambigua en ese sentido (“2018-2019”), dejando más preguntas que respuestas. A falta de certezas, es interesante el juego entre futuro, presente y pasado, entre memoria e historia, que logran evocar las estructuras de Benmayor. ¿Estoy proyectando, acaso, mis experiencias en una muestra que les es totalmente ajena? Recorriendo la exposición se articula una oda a la memoria y su poder para imaginar nuevos futuros, o incluso presentes alternativos. Aquí las figuras despiertan una nueva mirada, que las configura como bloques de construcción, “legos” para un nuevo paradigma, con instrucciones y pistas codificadas en los mismos. Nuevamente, más que un memorial -que narra lo que ya fue- los bloques trabajan con lo que es y será.

Sin embargo, algo desequilibra el mensaje – como una receta que no logra cuajar. Cada cual recorrerá la exhibición con sus recuerdos, siguiendo el camino de su historia personal, llenando los huecos con sus experiencias propias. Pero la exposición misma parece contentarse con símbolos prestados, convirtiéndose en una mezcla de referencias poco delicada. Los colores infunden a los bloques de cierta vitalidad, alejándose de la idea de “lápidas” para acercarse a la de un memorial vivo. Pero, aunque es cierto que la memoria misma fluye, cambia, y se ve afectada por nuestras experiencias, conocimientos y quienes nos rodean, no queda claro cual es la intención del artista, su visión en este respecto. Las citas del libro se repiten como un conjuro, que no logra convertirse en un ritual que transforme al espectador. Pensando en los ecos del Chile de hoy que las obras evocan, pareciera que nuevamente Benmayor rehúye la política para centrarse en la poética. A través de un trato ligero de símbolos potentes, no reconoce su fuerza o relevancia como fuentes de imaginarios colectivos, imaginarios que hoy nutren relatos unidimensionales y hegemónicos con todo el espesor de la realidad que experimentamos todos.

La persistencia de las huellas (2019)

Esto se expresa muchas veces en la estética minimalista de sus obras, abstractas, y con patrones que se repiten: personajes que flotan en filamentos como telas de araña; bloques de color; geometrías como ritmos de una composición. Es una estética que place, pero que al mismo tiempo logra vaciar a estos símbolos de gran parte de su significado. Sí – como bien dice Benmayor, hay un equilibrio entre olvidar y recordar, pues recordar todo equivaldría a olvidar todo. Sin embargo, el equilibrio no se logra, y la balanza parece decantarse por el olvido, el silencio, el vacío.

Los cuadros siguen derroteros similares, en su mayoría composiciones abstractas con algunas referencias figurativas. Por ejemplo, Experiencia temporal (2015) en el primer piso, luce severas figuras geométricas y ángulos rectos en opacos tonos grises y negros, que vuelven a recuerdar la arquitectura de los memoriales al Holocausto. El agua de un río sucio (2017) es una serie de 8 cuadros en las que el paisaje es abstraído al mínimo posible a través de bloques de color que dibujan ríos y montañas. Y en El historiador (2019) una figura humana se pasea por un paisaje gris, interrumpido por hilos grises. Los títulos citan una y otra vez a Ricoeur: “La necesidad de pararse en alguna parte” (2018); “El hombre teme a la muerte violenta” (2019); “Melancolía bajo los auspicios de la belleza” (2019). Una serie de fotos en el último piso cierran la exposición, en la que una serie de cartulinas de colores intervienen la ciudad, el campo, el desierto. En la mayoría el espacio aparece inquietantemente vacío, sin habitantes, congelado en un silencio fuera del tiempo, como la “ciudad” de los volúmenes de madera. Las cartulinas también contienen claves y símbolos, que vuelven a aparecer como ejercicios sin fuerza.

Serie Líneas de tiempo (2019)

Dicen que los y las artistas tienen la misión de conmovernos, de develar en nuestra realidad y monotonía aquello que pasa desapercibido. Benmayor ofrece en esta exposición una exploración personal sobre la memoria, no como algo fijo o inmutable, sino que cambiante y líquido, expuesto a intercambios dinámicos y modificaciones según nuestras experiencias y las de quienes nos rodean. Pero escudriña esos intercambios a través de referencias colectivas, buscando actuar desde lo intuitivo o cósmico. Y es ahí donde falla la ejecución, que se ahoga en referencias excesivas y que se perciben como ajenas al artista. Por ello, la exposición queda a medio camino, a ratos una interrogación sobre nuestros símbolos colectivos y su poder sobre nuestra identidad compartida, a ratos, una reflexión sobre recuerdos, olvidos, e historias personales – que nunca pasan al terreno de lo íntimo, algo que quizás hubiese sido iluminador.  Entreteje lo colectivo e individual sin decantarse por lo uno u otro. La exposición es agradable pero quizás aburrida, y no se configura como una actualización, como un soplo nuevo, una perspectiva fresca.

Por otro lado, el texto curatorial encarna alguna de las peores prácticas de estos escritos. Más que guiar es un texto confuso y denso, que cae en un academicismo excesivo, con conceptos que no se entienden, y frases a las que les falta aire. Beatriz Contreras, la autora, es una reconocida filósofa de la Universidad Católica, experta en Ricoeur, y demuestra su manejo del tema. Pero el texto resulta demasiado pesado como introducción a una exposición que será recorrida por niños, jóvenes y adultos de muchas esquinas de la vida. Fácilmente los nuevos públicos que el MAVI ha hecho esfuerzos por captar (por ejemplo, con su destacadas iniciativas en mediación) podrían verse amedrentados con ese ladrillo de palabras. Es necesario tener textos mas amables, que sirvan para iluminar lo que ser verá, y trazar caminos por los cuales los visitantes puedan llegar al corazón de las obras.

Ricoeur es un autor extremadamente profundo. Lamentablemente Benmayor no logra la misma lucidez, algo que es, en realidad, demasiado ambicioso. De todas formas, la exposición logra configurarse como un espacio de encuentro, tendiendo puentes al visitante. Benmayor se vincula físicamente con el texto al escribirlo y reescribirlo, un esfuerzo que resulta contagioso, y su exposición se convierte en una invitación a explorar el tema de la memoria a través de su lenguaje visual propio. Ser testigo de su búsqueda entre las fronteras entre la memoria y el recuerdo nos invita a hacer lo mismo. Las obras terminan ejerciendo un efecto acumulativo, creando un diálogo que brilla más cuando Benmayor prioriza su inconsciente e intuición sobre el denso texto inspirador. Estimulante visualmente, es sin duda una experiencia física para ser vívida. Finalmente, logra generar reflexiones sobre la memoria como recipiente de nuestros miedos, ambiciones, esperanzas, e historia – no parte de un pasado, sino que de un presente tangible y actual, hoy más que nunca expuesto a fuerzas y manipulaciones externas.

Recomendado: Hay otras exposiciones en el “barrio arte” que recomendaría priorizar antes, como Laura Rodig en el Museo Nacional de Bellas Artes, o la exposición de Josefina Guilisasti en Centro Cultural Palacio La Moneda. Pero si está por la Plaza Mulato Gil, es de todas formas una exposición interesante, que se recorre fácilmente, y que interroga directamente la relación con nuestros recuerdos e historia, temas tan discutidos hoy en nuestro país.

Dónde: Plaza Mulato Gil, Museo de Artes Visuales.

Cuando: 16 de enero a 5 de abril 2020, martes a domingo de 11:00 a 19:00 horas.

Cuánto: Entrada de martes a sábado: $1.000 adultos, gratuita para estudiantes, menores de 8 años y mayores de 60 años. Entrada domingos: gratuita para todo público.

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